Mi niñez no fue tan bonita
como hubiera querido, tenía nueve años cuando falleció mi padre, a esa edad
apenas entiendes muchas cosas y te preguntas ¿por qué?..., pero la vida es así
y debes continuar. Gracias a la familia lo superé, siempre con su recuerdo. En
casa vivía con mi madre y mi hermano gemelo, pero también tengo una hermana
diez años mayor que yo,que estaba casada y tengo que decir que gracias a ella y
a mi cuñado pudimos salir adelante, pues siempre estaban pendientes de
nosotros. A mi madre le había quedado una pequeña paga por viudedad y no nos
alcanzaba para mucho y la verdad con la ayuda de ellos no nos faltaba de nada,
cada vez que se iban de vacaciones para el sur o para cualquier sitio,
arrastraban con nosotros, me llevaron a Gran Canaria, Lanzarote, Fuerteventura,
Barcelona, ¡mientras viva,nunca lo olvidaré!. Recuerdo también que mi hermana,
que sabía coser, me hacía los vestidos ¡qué mona estaba siempre, (jaja)!.
De esta etapa de mi vida
también recuerdo que un par de veranos mi madrina me llevaba a Arafo, a casa de
los Orozco, pues ella era algo así como su ama de llaves, se llamaba Carmen y
la recuerdo con mucho cariño, porque era una buena mujer. Por ese tiempo tenía menos de siete años, no recuerdo
bien la edad.
Cuando veníamos mi hermano
y yo del colegio, nos encantaba ir a merendar con los demás niños por debajo de
mi casa. Recuerdo que había una charca,
y muchas flores, hierbas y lo pasábamos de maravilla, ya que mi madre
nos tenía el bocadillo preparado, yo le pedía que le pusiera plátano al pan,
¡me sabía a gloria!.
Nuestros juegos eran:
saltar a la soga, al elástico, al tejo, a los boliches, al trompo, las dos
últimos me decían que eran juegos de chicos, pero a mi me daba igual; otros de
los juegos era poner un vaso de plástico y meterle agua y jabón y batirlo con
una cuchara hasta dejarlo espeso , luego le ponía papel que se desteñía con el
agua, lo había en rosa, azul y de más colores. ¡Ah!, me olvidaba de los cromos,
cómo me gustaba pegar las estampitas en el álbum y cuando las teníamos
repetidas las cambiábamos con otros niños.
Mi madre nos compraba
pollitos para criarlos en casa, buscábamos una caja de zapatos o una caja de
cartón de otra cosa y allí los metíamos, y les dábamos de comer, cuando ya eran
granditos, mi madre nos traía otros dos, como nos poníamos contentos con los
nuevos, dejábamos de pensar en los otros, creo ahora que sería por la edad, que
no te parabas a pensar, solo sé que cuando me enteré de que cuando crecían los
mataban para comérnoslos, no quise tener más pollitos les cogía mucho cariño.
También tuvimos dos
periquitos, uno de color azul y otro de color verde, el mío era el verde.
Había un perrito en el
barrio que todos queríamos, le pusimos de nombre Tintín.
Concepción
Barroso Padrón, Aula de Candelaria FBI
II
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