Al calor
de la casa de mi abuela, hoy “la celebración de una muerte de cochinos en Arafo”.
Recuerdo
con mucho cariño el calor con que mi abuela materna agasajaba a los
suyos, día a día. Uno de los momentos más divertidos era la
reunión familiar para celebrar la matanza del cochino. Ese día
todos llegábamos desde temprano, mis tíos y tías, sus hijos y
algún allegado familiar.
Para los
niños el día comenzaba jugando, pues no nos permitían pasar a la
parte donde estaban los animales, para que no presenciáramos la
parte más dura, la matanza en sí. Recuerdo que venía un sr. del
pueblo del que decían que mataba al cochino clavándole un puñal,
luego los hombres de la familia abrían al animal y lo colgaban para
desangrarlo (un familiar recogía la sangre para las morcillas ,pues a
mi abuela no le gustaban).
Con un
soplete quemaban los pelos del animal, hasta reducirlos a pequeños
cañones.
En una
mesa de anchos tablones, dividían al animal en cuartos y comenzaban
a limpiar la primera carne para asar.
Mi abuela
preparaba un mojo picón muy rico y dejaba dentro unas ramas de
orégano con el que luego rociaban la carne, aunque en
verdad esa carne tan fresca y sabrosa, asada a las brasas de la leña
no precisaba ni mojo. Cuando nos llamaban porque salían los primeros
platos de carne asada, ya teníamos la boca hecha agua de tanto
esperarla. Recuerdo que mi madre nos la troceaba y nos llevaba pan,
que rebañábamos en la grasita con mojo que soltaba la carne ¡era
exquisita!.
Otro de
los momentos importantes era cuando mi abuela se ponía a hacer su
famoso caldo de azadura, típico de mi pueblo, en el que los
componentes principales son la azadura negra y blanca, o sea el
hígado y el pulmón del cochino troceados, tocino y otras zonas de
grasa del animal, garbanzos, azafrán, una fritura de cebollas,
tomates, pimiento,… Y cuando el caldo haya hervido lo suficiente
para ganar sabor, se le añaden unas papas grandes enteras y ya en el
momento de servirlo se le acompaña de unas sopas de pan ( pan
troceado en porciones finas y de unos 3cm. de largo). Mientras,
nosotros esperábamos el momento en que mi abuelo Pepe nos limpiaba
la vejiga urinaria del animal, la inflaba y ataba para convertirla en
una pelota mágica que sustituía a nuestra vieja pelota de plástico
y con la que jugaríamos hasta que se rompiera.
Las
mujeres y hombres de la familia seguían haciendo distintos
preparativos con la carne: 1.- la carne de adobo, que se aderezaba
con un mojo muy sabroso y luego se cocinaba a fuego lento y que en
las tardes sucesivas mi abuela sacaba cubierta de manteca y nos la
calentaba para que se derritiera y entonces poder seguir
disfrutando de su buena cocina.
2.- los
chicharrones que primero serían los hombres de la familia los que
troceaban el tocino acompañado de banditas de carne y algunos
llevaban la coraza de piel con resto de los cañones del pelo; luego
mi abuela aderezaba y ponía en su fuego a leña, bajo su constante
vigilancia hasta dejar en su punto ¡la verdad, han sido los mejores
chicharrones que he comido!. La grasa procedente de su cocción se
guardaba en una vasija de barro que ella llamaba orza, y al enfriarse
se solidificaba y se convertiría en la manteca con la que muchas
veces nos freiría papas.
3.- Ya
de tardecita, se hacían los chorizos, recuerdo que mi madre y mi tía
ayudaban a rematar la limpieza de los intestinos del cochino que por
la mañana los hombres de la familia habían limpiado, vaciando en un
hoyo de la huerta o cantero las heces contenidas y afinando su
limpieza introduciendo la manguera de agua a presión por uno de los
extremos, luego fragmentaban en bandas de cerca de un metro y ponían
en remojo dentro de un cubo o balde metálico con trozos de limón,
Y por las tardes ellas perfeccionaban esa limpieza trabando una
horquilla en las tripas y arrastrando los últimos restos de residuos
de forma repetida. Posteriormente rellenaban con una masa que habían
preparado a base de carne, tocino, sazonada con sal y especias como;
pimentón, pimienta negra,…. Y a la que habían molido con su
antiguo moledor o molino de carne; las recuerdo presionando con sus
manos y al completarlo ataban hilos cada 8 o 10 cm, fraccionando la
tripa en porciones.
4.-Al
final de la tarde entre rondas de vaso de vino de la cosecha
familiar, los hombres salaban el tocino o carne blanco así como los
huesos con restos de carne y ambos servirían de acompañamiento de
los caldos o guisos durante muchos meses del año. Aún recuerdo los
bocadillos de tocino que algunas tardes mi tía nos preparaba,
cortándolos en finas lonchas que en crudo acompañábamos al pan.
Recordar
este episodio familiar de aquella época, donde la economía de
subsistencia era la base del sustento, me hace pensar que si bien la
vida era dura, el calor que emanaba de esta necesaria convivencia ha
irradiado en mi familia y es el origen de que más de cuarenta años
después, nosotros, sus nietos con nuestras parejas, hijos/as,
novias/os de éstos nos sigamos reuniendo casi mensualmente ya sea en
la finca de uno, en la casa de otro o en un bar, para seguir
manteniendo encendida la llama de nuestra familia.
Gracias
madre (abuela), Gracias mamá, siempre estaréis en mi
pensamiento y en mi corazón
25
de octubre de 2015
Mari
Carmen Gil Hernández
Qué bien contado, Mary Carmen :) Lo he visualizado casi como si yo hubiera estado allí, aunque nunca asistí a ninguna matanza :)
ResponderEliminarQué bien contado, Mary Carmen :) Lo he visualizado casi como si yo hubiera estado allí, aunque nunca asistí a ninguna matanza :)
ResponderEliminarYo disfruté mucho recordándolo, encima gracias por esas palabras de estímulo.
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