¿Que cómo era, mi padre?
Era ese árbol frondoso que había en los campos, aquel “sauce
llorón”, que daba cobijo bajo sus ramas a tantos pájaros, y al campesino cansado, que bajo su sombra encontraba frescura, bajo el tórrido sol.
De cuerpo fuerte y trabajador, enseñabas a tus hijos los valores que se necesitaban para vivir una vida digna. De brazos abiertos y espléndidos, cobijabas a tu gente, donde siempre encontraban un hombro y una palabra sabia. Por eso todos tenían razones para volver.
Con frente ancha y con poco pelo, la vida se había encargado de llevarse, pero con una hermosa dentadura que aún después de viejo conservabas.
Con carácter alegre y optimista, y con gran sentido del humor, nunca oí de ti una palabra desdeñosa para nadie.
¡Cómo echo de menos esos días en que todos nos sentábamos a tu alrededor a escuchar los “cuentos de muertos”, de aparecidos y de “historias de caminos”, que tanto nos asustaron!
Cómo nos hicieron reír y llorar. Como el mejor cine y película, nunca nos cansábamos de oírlos.
Mi padre. Mi padre era algo especial. Todavía, cuando hablo de él, me emociono, y pienso en el día en que vuelva a verlo. Cuánto le echo de menos.
Sofía Fernández (aula Arico)
Noviembre 2010
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